Conjuras, llamamientos, campañas, quedadas, 'trampó' y entradas baratas. Todo valía hoy para que el club fuera capaz de motivar a una acomodada afición bermellona. El pretexto de la venganza, con un trasfondo de asegurar la salvación, era la mejor excusa posible para hacer que la afición sacara su amor propio y diera, al menos una vez en la temporada, la cara por su equipo. La estrategia salió moderadamente bien: 19.000 entregados mallorquinistas se reunieron en el Iberostar Estadi con la idea de rendir cuentas con aquellos que les apearon de un soñado viaje por Europa. Un viaje que había costado sangre, sudor y lágrimas conseguir, y que se perdió en los despachos. Afrenta mortal al orgullo bermellón.

Michael Laudrup salió un tanto temeroso: consciente de la fuerza del Villarreal de medio campo para arriba, el danés prefirió cubrir la retaguardia. Puso a Joao Víctor junto a Martí que, unido a la omnipresencia del todoterreno De Guzmán, dieron empaque al equipo desde atrás. El Mallorca apenas pasó apuros atrás y, cuando lo hizo, fue más por genialidades del dúo Nilmar-Rossi (anulados ambos por el buen hacer de la zaga, con especial mención para Cendrós, tal vez el mejor del equipo) que por errores propios. Una de éstas fue la ocasión más clara de los amarillos: contragolpe letal a máxima velocidad que finalizó con un chut cruzado de Rossi y que se estrelló en uno de los palos del marco del hoy portero mallorquinista, Lux. Las réplicas mallorquinistas venían de cabeza. Webó, hasta en tres ocasiones (algunas de ellas clarísimas) marró las oportunidades que tuvieron los baleares de adelantarse en el marcador. Entre tanto, un rosario de pitadas a Borja Valero cada vez que tocaba la pelota. La afición del Mallorca ni perdona ni olvida.

Los minutos pasaban y por momentos algunos nos acordábamos de nuestro compañero Tolo Leal, cuando decía que a ambos les iría relativamente bien empatar. Posesiones interminables, pases horizontales a 60 metros de la portería y fueras de banda interminables. El resultado de 0-0 hacía justicia a un duelo que se jugó con la intensidad que pidió la grada pero que no se resolvió por la falta de gol de unos y por el cansancio acumulado en Europa Legue de otros. Con 43 puntos, el mallorquinismo sigue mirando de reojo la batalla por no bajar. Hasta diez equipos implicados por una deshonrosa plaza. Sería mucha mala suerte que la ruleta rusa disparara al corazón mallorquinista. Para evitar sufrimientos innecesarios, el Rico Pérez y un rival con la moral por los suelos es un blanco fácil para amarrar lo que nunca debió ponerse en juego.

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