Perder por no definir mejor que el rival es una característica común en los equipos que ocupan la zona baja de la tabla. El gol, como todo en la vida, vale dinero, y los jugadores que los meten con asiduidad suelen estar en los grandes equipos. Pero perder partidos por tener una defensa tan floja que propicie que cada ocasión rival es medio gol, es algo solo al alcance de aquellos que van directos al infierno y conduciendo por el carril de la izquierda. No defender bien es definitivo, impide sumar. Precisamente lo que le ha pasado hoy al Real Mallorca, que a pesar de ser notablemente mejor que su rival, un Málaga al que se vio cansado física y psicológicamente, y de llevar el peso del partido, no fue capaz ni de sumar un mísero punto en su propio estadio. La última victoria de los bermellones en el Iberostar Estadi fue en septiembre y ante el Valencia. Casi no ha llovido desde entonces. A cántaros.

La de hoy fue la demostración de un equipo que quiere pero no puede. Nadie podrá acusar a los jugadores mallorquinistas de hacerle la cama al entrenador, ni de rendir por debajo de su nivel, porque sería faltar a la verdad. Son aguerridos, peleones, y algunos puntualmente, como hoy Gio brillantes. Pero si los dos primeros chuts del equipo rival son dos goles (de Saviola y Isco) y obligan a jugar con un 0-2 y en la situación liguera de los isleños, la hazaña ante el flamante octavo finalista de la Champions League se torna en buscar el milagro. Las estadísticas hablan por sí solas; 16 chuts del Mallorca y 5 por parte de los andaluces. Ante eso no se puede hacer nada.

La única nota positiva que puede sacar el equipo es que tal vez se haya encontrado la piedra filosofal a la que agarrarse para lograr el, cada vez más, milagro de la permanencia: Gio Dos Santos. El mexicano estuvo brillante. Jugó, hizo jugar, encaró, chutó, anotó un golazo de falta y se puso el equipo a la espalda cuando todo pintaba del negro más azabache. Esa podría ser la ranura por la que entrara la luz de los triunfos en un conjunto que lleva 1 victoria en los últimos 15 encuentros. Es decir, una noche cerrada y peligrosa, como si de un callejón del Bronx se tratara. Si el equipo cree en salvarse debe darle galones a Gio, que se lo crea, que el equipo juegue para él. Un toque de genio es lo que se necesita para salir del lodazal. Y el mexicano ya demostró hace unos años en Santander que era capaz de hacer eso y mucho más. La jugada del 1-2 nació de sus botas y él fue quien lideró lo que parecía un empate inminente en el tramo final de la primera parte y principio de la segunda, aunque nunca llegara a concretarse.

Lo peor de todo es que toda la desgracia se ha cebado en el equipo de Joaquín Caparrós. En los últimos tres encuentros (Valladolid, Espanyol y hoy el Málaga) el Mallorca ha recibido 9 goles, una losa difícil de arrastrar para un conjunto herido.  Pero no es menos cierto que al menos ante pericos y malaguistas, los bermellones merecieron sumar, al menos un punto, que incluso hubieran podido ser tres si, como ocurrió al iniciar del campeonato, los dioses hubieran sonreído al Mallorca, cuando parecían incluso empujar el balón dentro de la meta contraria. Ahora, como si de una maldición se tratara, todo lo que puede salir mal acaba saliendo mal. Con el 1-2, el equipo mereció empatar, pero una contra malaguista, en error clamoroso defensivo, significó el 1-3 de Monreal. Y llegó el silencio a Son Moix. Solo Gio pudo hacer soñar a la grada con rascar un punto, gracias a un chicharrazo tremendo de falta, y más tras la inmediata expulsión de Demichelis. Pero ya no pudo ser, la suerte estaba echada.  Como en una tragedia griega, es impensable lograr la salvación (clasificatoria) sin lograr el perdón del cielo. Quién sabe si lo que está pidiendo los dioses no es un sacrificio de algún cordero del banquillo mallorquinista.

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