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El encuentro del pasado miércoles, un 0-5 copero en casa, dejó al aficionado con la preocupante sensación de que el equipo había bajado los brazos, que ya no creía en las tesis de su entrenador. Se intuía una cierta pasividad en un grupo que semanas antes había demostrado saber lo qué hacía. En cambio, en el partido de hoy la sensación es si cabe aún más preocupante para la afición mallorquinista: el equipo no da más de sí. No se le puede atribuir la derrota a la bajada de revoluciones del equipo, sino en todo caso, por el exceso de ellas. Desde que Aduriz abrió la lata en el minuto 10 de partido, en otro error defensivo clamoroso, el equipo bermellón jugó como si el árbitro estuviera a punto de pitar el final. Precipitados y sobreexcitados, los jugadores perdían muchas de las oportunidades generadas por culpa de jugar demasiado con el corazón y muy poco con la cabeza.

Y llevar un ritmo de juego tan alto y no conseguir resultados es demoledor psicológicamente hablando, sobre todo cuando tu rival llega una sola vez a puerta en los primeros 70 minutos y te marca. La suerte cayó del lado del equipo vasco favoreciendo que, jugada a jugada, el Mallorca fuera desquiciándose y perdiendo la cabeza, además del físico. Solo así podría explicarse que el equipo dejara de intentarlo a partir del minuto 15 de la segunda mitad hasta el tiempo de descuento, donde probó un infructuoso arreón final. El equipo se quedó sin gasolina y sin fuerzas, y de eso se aprovechó un herido Athletic Club para hacer que el segundo acto fuera mucho más placentero de lo que en un principio podían prever los pupilos de Marcelo Bielsa.

Ni tan siquiera se pueden centrar las iras en ningún jugador, porque todos lo intentaron: Gio de falta en excepcional intervención de Gorka, Javi Márquez desde fuera, y Víctor, que pese a fallar sin portero a principios de la segunda parte, aportó movilidad al ataque. Pero ya no hay ni suerte. Eso es sin duda lo más triste: ver que ya no es la entrega de los jugadores el problema de este equipo, pues ellos lo dan todo. Lo que está claro es que hay algo en la ecuación mallorquinista que no funciona cuando el equipo solo ha sido capaz de sumar 2 de los últimos 33 puntos en juego y está de facto eliminado de la Copa del Rey.

Tal vez el problema esté en el banquillo. Sin restar ni un punto de reconocimiento a la labor de Joaquín Caparrós sobre el grupo, más palpable durante su primer año al mando del grupo, lo cierto es que su método parece ya no calar en los jugadores. A veces es necesario abrir la puerta para que entre aire fresco que desintoxique a los jugadores. Tal vez este equipo no esté hecho para jugar así, o tal vez ellos crean que no están hechos para eso. Sea como fuere, el caso es que el Mallorca debe dar un giro inmediato si no quiere cerrar su peor primera vuelta en Primera División. Otros, por mucho menos, dieron con sus pies en Dinamarca. Habría que preguntarse qué diferencia hay para valorar de forma tan diferente dos situaciones tan parecidas.

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