Minuto 15 de
partido. Emilio Nsue entra en el área del Zaragoza se va de Loovens y éste le
hace falta. El central holandés ve la segunda cartulina amarilla y Pérez Lasa
señala los 11 metros. Tomer Hemed, un chutador consumado de penaltis, que la
temporada pasada llegó a anotar cinco de forma consecutiva, coge el balón, lo
sitúa en el punto fatídico y fusila a Roberto. El gol sube al marcador. Los de
Caparrós se tranquilizan, se benefician de la superioridad numérica y acaban
goleando a un Zaragoza mermado en su moral desde el inicio del encuentro. Éste
debería haber sido el guión que se debería haber desarrollado ayer en el
Iberostar Estadi, pero a veces hay factores que influyen en que un momento de
inflexión no sean tal.
Ayer fue
Víctor Casadesús el que motivó esta modificación. El algaidí estuvo durante un
minuto discutiendo con Hemed por ver quién chutaba la pena máxima. El israelí
es sin duda el chutador oficial, pero Víctor se veía con ganas. Al final todo
acabó en un amistoso abrazo y el lanzamiento fue para Víctor. Sería injusto
decir que estaba mal chutado, porque no lo estaba. Es más cierto darle el
mérito a Roberto, que en ese momento avisaba que iba a estar infranqueable
durante todo el duelo. El Mallorca desperdició la oportunidad de adelantarse y
en la siguiente jugada, un malentendido entre Geromel y Nunes, propirció que
Helder Postiga recibiera en el área un regalo de Navidad adelantado y pusiera a
los maños por delante. Mazazo y jarro de agua fría para las poco más de 7.000
personas que se acercaron a Son Moix, una paupérrima entrada que permitía oír
los gritos de los jugadores sobre el terreno de juego, como si se tratara de un
encuentro amistoso. Una lástima ver a una afición abandonar a su equipo a su
suerte. Luego no lloremos cuando el Mallorca dé con sus huesos en Segunda
División, no habrá sido por el apoyo popular.
El equipo
mallorquinista, con los nervios a flor de piel, conscientes de su mala
situación clasificatoria y oyendo los continuos murmullos y pitos que le
proferían los que ayer se acercaron a Son Moix, no supieron reaccionar. Se
pasaron lo que quedaba de primera parte en estado de shock, sin crear ocasiones
y sin saber cómo perforar el muro expuesto por Manolo Jiménez. El segundo acto
comenzó de la misma forma pero, así como iba avanzando, se iba haciendo más
patente que el equipo zaragocista llegaría justo de fuerzas al final del
encuentro. Y así fue. Los de Caparrós apretaron, Gio se puso las pilas, dando
hasta 4 asistencias claras de gol (tres de ellas falladas por Hemed y Nunes) de
las que solo una fue aprovechada: la de Víctor en el 40', que le servía para
redimirse mínimamente del error al inicio pero no de su discreto partido
disputado. A partir de ahí fue cuando el equipo creyó que podía ganar y el
Zaragoza vio que podía perder, pero quedaba muy poco tiempo y se le hizo corto
a los bermellones. Pudo Marc Fernández coronarse como héroe del partido, pero
está claro que en todo deporte cuando desaprovechas ocasiones en minutos clave
luego es imposible acabar ganando. Y eso le pasó ayer al Mallorca, un cúmulo de
infortunios sumado a una mala situación anímica. Sin más.
No hay que
echar las campanas al vuelo, porque está claro que un punto, ante diez, y en
casa, no puede ser nunca bueno. Pero tampoco desesperarse. Caparrós va
recuperando poco a poco efectivos y es cuestión de tiempo que Nunes vuelva a
liderar la zaga y Márquez haga lo propio en la media. Quizá la nota más
positiva de ayer fue ver el buen comportamiento de Alejandro Alfaro,
reconvertido a mediocentro en la segunda mitad, y que fue clave para dar
amplitud al campo y dar pases de mérito a los extremos. Quién sabe si lo mejor
que podía pasar ayer era descubrir un revulsivo desde la media. Al menos el
mallorquinismo tendría algo que llevarse a la boca después de un punto que sabe
a miedo. A miedo, no de miedo.
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