Cuando un servidor ve que un equipo en problemas no duda en echar atrás las líneas para empezar a crecer desde atrás, es inevitable acordarse de Miguel Ángel Lotina. Viene a la mente una rueda de prensa, hace no muchos años (diría que en su etapa deportivista), que explicaba que cuando un equipo pasa por una mala racha, lo mejor es taparse con la manta y esperar a que pase el frío. Algo que, traducido a términos futbolísticos, sería algo así como abonarse a una especie de catenaccio. Priorizar el no encajar goles y aprovechar algún golpe de suerte para sacar adelante los partidos. Caparrós, que no es manco en la materia, ha seguido la misma receta del ex del Villarreal y ha decidido para la sangría a base de defensa. Y por ahora le está saliendo bien.

En el Benito Villamarín ya dejó entrever cuál sería el camino del equipo hasta que no se recuperara la normalidad en la dinámica del equipo: defender, intensidad, poco juego y confiar en aprovechar lo poco que se tenga arriba. Así se sacaron tres puntos de Sevilla y se logró también el de ayer ante el Atlético de Madrid, uno de los equipos más en forma de Europa en la actualidad. Los de Simeone se encontraron con un partido duro, sin espacios, en el que el primer disparo de los dos equipos a portería no llego hasta el minuto 42. Una brega de centro del campo que sin duda hubiera estado más desnivelada si el técnico argentino hubiera podido contar con Falcao y Arda Turan, ambos ausentes ayer. Las piezas eran las que tenía y Simeone, preveyendo lo que plantearía su homónimo en el banquillo mallorquín, puso fuerza y músculo sobre el verde de Son Moix.

El resultado no podía ser otro: poco fútbol y poca diversión. Un encuentro en el que cada minuto que transcurría hacía más evidente que ambos técnicos darían por bueno un empate. Los cambios del técnico utrerano, sustituyendo a dos delanteros por dos defensas, así lo sugerían. Hasta que en una pillería de Diego Costa a mediados de la segunda mitad sirvió a los rojiblancos para que Raúl García adelantase a los suyos en un encuentro demasiado disputado para ser colchonero. Al Mallorca se le planteaba una rampa empinada que, viendo los últimos meses del equipo, nada auguraba que estuviese preparado para subir.

Como ya le ha sucedido otras veces este año, como ante Zaragoza o Granada, el asedio era más por empuje que por juego, ayer inexistente. Pero en una de estas, y tras tres rebotes en el área, el hasta hace poco irrelevante Kevin cazó una pelota y la introdujo en la portería de Courtois, que hasta el momento casi ni había intervenido. Se logró un empate, uno de esos importantes por el rival y por la situación en la tabla. Un punto de esos de suerte en los que Caparrós confía ahora mismo la suerte del equipo. Se ha sacrificado el juego ofensivo, y tal vez en el partido de ayer fuera la decisión más acertada. Surgen más dudas al pensar en el planteamiento que será necesario cuando vengan a Palma rivales de su misma 'liga' y sean los locales los que deban llevar el peso del partido. Por ahora, la solución temporal funciona, parece que la manta llega al cuello. Veremos cuánto dura. 

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