El Mallorca cosechó ayer en Anoeta una nueva derrota a su ya amplio casillero liguero, ni más ni menos que la que hace 13. Eso le convierte en el conjunto de Primera División con más derrotas en su haber. Todo un 'honor' para un equipo que lleva diversas jornadas persiguiendo este logro. No sin esfuerzo han logrado cosechar solo 6 de los últimos 51 puntos en juego, una cifra no fácil de conseguir. Y además, el equipo logró llegar al cuarto partido consecutivo encajando 3 goles, siendo el 9 partido que esto pasa esta temporada. Un equipo casi plusmarquista se podría decir. Si los bermellones acudieran a los Razzies (los antipremios de la industria cinematográfica) es probable que los hombres de Joaquín Caparrós acumularían todas las estatuillas. ¿A quién hay que culpar?

Se pueden buscar todas excusas que se quieren, o atenuantes si lo prefieren. Podemos decir que la doble amarilla a Javi Márquez fue injusta (su mano no existió en la segunda cartulina) y que con 0-0 el árbitro se hizo el sueco ante una segunda mano consecutiva (estas sí que fueron) antes de acabar el primer tiempo. Circunstancias que podrían haber cambiado un rumbo que, sin embargo, aún con el partido igualado dejó un dato: 0 lanzamientos entre los tres palos en 45 minutos. Eso no es culpa del árbitro. En la segunda parte, y con todo el contra, el Mallorca fue un ajusticiado que iba encajando golpes al ritmo que marcaban los delanteros donostiarras. Un juguete roto que solo aspiraba a ver como llegaba el minuto 90. Castro, Vela e Ifrán se pusieron la capucha de verdugos en tres goles que pusieron en solfa las penurias defensivas del equipo isleño.

Sobre el campo se vieron aspectos que a uno le hace pensar que algo no funciona. Debutaron Tissone y Hutton. El argentino, que no jugaba desde el 2012, es un diesel que nota en exceso la falta de inactividad y necesitará unas cuantas fechas para readaptarse. Se le vio fuera de forma. Igual que Hutton, al que se le ve pasado de peso y excesivamente lento para ser un lateral eminentemente defensivo. Si él tiene que ser el antídoto contra esta sangría de goles, es más probable que el escocés se acabe bebiendo esta sangría con una pajita en un barucho de Magalluf. Un debut decepcionante. Además, Luna demostró una vez más que no tiene nada para desbancar a Kevin del lateral izquierdo, salvo ser un ex del Sevilla y ser una petición expresa del míster. Así pues: Calatayud hace lo que puede; la defensa es un coladero; la media sufre en exceso y la delantera está sin confianza. Panorama tétrico y desolador.

Ante todo esto, Joaquín Caparrós tuvo la valentía de salir en rueda de prensa y decir lo que lleva diciendo siempre cuando un partido sale mal: el equipo lo ha dado todo, hay que seguir por este camino, hay que apretar. El utrerano, entendiendo la situación como una derrota aislada, parece no entender que cada derrota es una herida infectada en el corazón del mallorquinista, que jornada a jornada ve como su equipo está más cerca de la Liga Adelante. No hay cambio de discurso, no hay mea culpa, no hay autocrítica... No hay nada. Lo de siempre. Mientras tanto, y como decía el amigo Miguel Sureda ayer en Twitter, el Mallorca se asemeja a un zombie, pero de los que se arrastran, no de los que corren. Un muerto viviente esperando que alguien tome una decisión e intente tratar las vías de agua que inundan la bodega, cuando aún quedan 16 partidos y 48 puntos. Los que no quieran morir luchando con las botas puestas, por favor que salten del barco y no lastren a los que sí quieren al menos dar la cara. Sería un detalle por parte de un entrenador que siempre se ha vanagloriado de ir con la verdad por delante. Si es así, por favor que escuche la voz del mallorquinismo, que ayer habló alto y claro: váyase señor Caparrós, váyase.

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