Carlos Roa (el Lechuga, como se le conocía en Argentina por su propensión a la comida vegetariana) es otro de los iconos incuestionables del mallorquinismo. En un honor que hasta su llegada estaba reservado al marroquí Ezaki Badou, el argentino se convirtió en muy poco tiempo en una referencia para el equipo y en el mejor portero de la historia del Club.
La llegada del Lechuga, allá por el mes de agosto de 1997, no estuvo exenta de polémica, puesto que su fichaje suponía, en teoría, relegar a la suplencia a otro ídolo del mallorquinismo, Kike Burgos, que había sido uno de los grandes culpables del ascenso del equipo a la máxima categoría. Así pues, este pequeño obstáculo no hizo sino acentuar el mérito de la trayectoria de Roa como guardameta del equipo. Sin embargo, desde el primer partido que jugó (el Trofeo Ciutat de Palma), la afición entendió perfectamente por qué Carlos era ya el portero titular de la selección albiceleste y por qué el técnico Héctor Cúper había exigido su fichaje con tanta insistencia. Desde el primer momento, se vio que era un portero de una enorme personalidad, con un carácter ganador innato, que sabía mandar y contagiar su espíritu a todos sus compañeros, en especial a los defensas. Aquella temporada 1997/98, la primera después del ascenso, fue absolutamente histórica e inolvidable. Después de cinco años consecutivos en Segunda División, el equipo despertó una ilusión desconocida en estos lares y logró una comunión perfecta con la afición, que se entregó y llenó el vetusto campo Lluis Sitjar en prácticamente todos los partidos. Y a todo ello contribuyeron la seguridad y el liderazgo de Vicente Engonga, el desborde y la calidad de Jovan Stankovic, el talento descomunal de Juan Carlos Valerón, el pundonor inquebrantable de Óscar Mena, la lucha y los goles de Gaby Amato y, posiblemente por encima de todos ellos, las paradas y la seguridad de Carlos Roa. En definitiva, un auténtico equipazo, dirigido por un técnico que supo optimizar como nadie los recursos de los que dispuso. Todos unieron sus fuerzas para lograr un sensacional quinto puesto en la clasificación final (de hecho, se llegó a la última jornada con posibilidades matemáticas de ser subcampeón) y, sobre todo, para llegar a la final de la Copa S.M. Rey. El día ¿? de abril de 1998 es una parte muy importante en la historia del Real Mallorca: ese día se disputó, ante el FC Barcelona, una de las finales más épicas y emocionantes que se recuerdan en los últimos tiempos. Se adelantó el Mallorca con un golazo de Gaby Amato, empató Rivaldo para el Barça en la segunda parte y el Mallorca aguantó los 90 minutos reglamentarios y 30 adicionales de prórroga con dos hombres menos por las rigurosísimas expulsiones de Mena y Romero. Se llegó a la tanda de penalties, en la que Roa fue, sin lugar a dudas, el actor principal, no sólo por detener tres lanzamientos, sino también por tener la osadía de lanzar uno, que acabaría anotando. Por desgracia, Jovan Stankovic falló un lanzamiento que hubiera supuesto el título, que al final se escapó de forma terriblemente injusta entre las lágrimas del Lechuga, que vio cómo su epopeya no había servido para ganar. Sin embargo, Roa ganó muchas otras cosas esa noche en Mestalla: ganó el reconocimiento de todo el fútbol español, el respeto de todo el mundo y, por encima de todo, la veneración eterna de una afición entregada que lo convirtió en ese momento en el ídolo mayúsculo del mallorquinismo. Fruto de su enorme campeonato, Roa fue convocado para disputar el Mundial de Francia, en el que fue titular en todos los partidos, destacando, por encima de todo, su actuación en el partido de octavos de final frente a Inglaterra, en el que se erigió en ídolo nacional por parar dos penalties en la tanda decisiva.
Pero si el primer año estuvo lleno de luces, el segundo iba a resultar aún más resplandeciente. El equipo empezó ganando al Barcelona la Supercopa de España, vengando la injusticia perpetrada meses atrás en Valencia. Y eso sólo sería el principio de un año inolvidable, un año en que el equipo alcanzó el liderato de la Liga durante nueve jornadas (ganando en casa al Barcelona, Real Madrid, Atlético y Athletic), alcanzó la final de la última edición de la Recopa de Europa y la tercera posición en la Liga. Fue la temporada de consagración de Héctor Cúper como icono absoluto de la afición, pero también fue la temporada en la que Carlos Roa se convirtió en el portero menos goleado de la mejor Liga del mundo. Luego vendrían la polémica retirada, su regreso descafeinado a los terrenos de juego y más escarceos que prefiero omitir para no desvirtuar las hazañas irrepetibles que consiguió el Lechuga defendiendo la guarida mallorquinista.
La llegada del Lechuga, allá por el mes de agosto de 1997, no estuvo exenta de polémica, puesto que su fichaje suponía, en teoría, relegar a la suplencia a otro ídolo del mallorquinismo, Kike Burgos, que había sido uno de los grandes culpables del ascenso del equipo a la máxima categoría. Así pues, este pequeño obstáculo no hizo sino acentuar el mérito de la trayectoria de Roa como guardameta del equipo. Sin embargo, desde el primer partido que jugó (el Trofeo Ciutat de Palma), la afición entendió perfectamente por qué Carlos era ya el portero titular de la selección albiceleste y por qué el técnico Héctor Cúper había exigido su fichaje con tanta insistencia. Desde el primer momento, se vio que era un portero de una enorme personalidad, con un carácter ganador innato, que sabía mandar y contagiar su espíritu a todos sus compañeros, en especial a los defensas. Aquella temporada 1997/98, la primera después del ascenso, fue absolutamente histórica e inolvidable. Después de cinco años consecutivos en Segunda División, el equipo despertó una ilusión desconocida en estos lares y logró una comunión perfecta con la afición, que se entregó y llenó el vetusto campo Lluis Sitjar en prácticamente todos los partidos. Y a todo ello contribuyeron la seguridad y el liderazgo de Vicente Engonga, el desborde y la calidad de Jovan Stankovic, el talento descomunal de Juan Carlos Valerón, el pundonor inquebrantable de Óscar Mena, la lucha y los goles de Gaby Amato y, posiblemente por encima de todos ellos, las paradas y la seguridad de Carlos Roa. En definitiva, un auténtico equipazo, dirigido por un técnico que supo optimizar como nadie los recursos de los que dispuso. Todos unieron sus fuerzas para lograr un sensacional quinto puesto en la clasificación final (de hecho, se llegó a la última jornada con posibilidades matemáticas de ser subcampeón) y, sobre todo, para llegar a la final de la Copa S.M. Rey. El día ¿? de abril de 1998 es una parte muy importante en la historia del Real Mallorca: ese día se disputó, ante el FC Barcelona, una de las finales más épicas y emocionantes que se recuerdan en los últimos tiempos. Se adelantó el Mallorca con un golazo de Gaby Amato, empató Rivaldo para el Barça en la segunda parte y el Mallorca aguantó los 90 minutos reglamentarios y 30 adicionales de prórroga con dos hombres menos por las rigurosísimas expulsiones de Mena y Romero. Se llegó a la tanda de penalties, en la que Roa fue, sin lugar a dudas, el actor principal, no sólo por detener tres lanzamientos, sino también por tener la osadía de lanzar uno, que acabaría anotando. Por desgracia, Jovan Stankovic falló un lanzamiento que hubiera supuesto el título, que al final se escapó de forma terriblemente injusta entre las lágrimas del Lechuga, que vio cómo su epopeya no había servido para ganar. Sin embargo, Roa ganó muchas otras cosas esa noche en Mestalla: ganó el reconocimiento de todo el fútbol español, el respeto de todo el mundo y, por encima de todo, la veneración eterna de una afición entregada que lo convirtió en ese momento en el ídolo mayúsculo del mallorquinismo. Fruto de su enorme campeonato, Roa fue convocado para disputar el Mundial de Francia, en el que fue titular en todos los partidos, destacando, por encima de todo, su actuación en el partido de octavos de final frente a Inglaterra, en el que se erigió en ídolo nacional por parar dos penalties en la tanda decisiva.
Pero si el primer año estuvo lleno de luces, el segundo iba a resultar aún más resplandeciente. El equipo empezó ganando al Barcelona la Supercopa de España, vengando la injusticia perpetrada meses atrás en Valencia. Y eso sólo sería el principio de un año inolvidable, un año en que el equipo alcanzó el liderato de la Liga durante nueve jornadas (ganando en casa al Barcelona, Real Madrid, Atlético y Athletic), alcanzó la final de la última edición de la Recopa de Europa y la tercera posición en la Liga. Fue la temporada de consagración de Héctor Cúper como icono absoluto de la afición, pero también fue la temporada en la que Carlos Roa se convirtió en el portero menos goleado de la mejor Liga del mundo. Luego vendrían la polémica retirada, su regreso descafeinado a los terrenos de juego y más escarceos que prefiero omitir para no desvirtuar las hazañas irrepetibles que consiguió el Lechuga defendiendo la guarida mallorquinista.
Enorme obiku!
ResponderEliminarY enorme Roa pedazo portero que era! Para mi el mejor que hemos tenido!