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Muchos dijeron que el empate ante el Madrid de la primera jornada era un espejismo. El partido del Camp Nou tapó muchos de esos argumentos. La de Valencia acababa convenciendo a los pocos incrédulos que todavía se resistían. La de hoy en Sevilla confirma a un equipo que a partir de la garra, la lucha y el tesón ha sabido plantarle cara, e incluso derrotar, a los conjuntos más potentes de la 1ºDivisión. Ahora sí, desde hoy el Mallorca se ha ganado el derecho a ser un equipo temido, a inspirar respeto a los rivales. Un proyecto, con un juego y unas señas de identidad propias, que merece tener una continuidad, desde hoy por méritos propios.

Y eso que la tarde no prometía depararle demasiadas alegrías a los de Laudrup, a pesar de la cantidad de bajas relevantes (ocho, entre ellas las de Navas o Capel) que tenía el conjunto hispalense. El Mallorca llegaba con las dudas generadas ante el Depor hace una semana y con el miedo a que Manzano, un técnico más experimentado, pasara la mano por la cara (tácticamente hablando) al míster danés del equipo mallorquín. Pero fue exactamente lo contrario. Una vez más, el doble pivote Martí y Joao Víctor ejercieron el mando con seriedad. Destacable sobretodo el joven centrocampista brasileño, que ayer demostró ser uno de esos jugadores que suplen sus carencias con sencillez: siempre en su sitio, tapando huecos, robando balones, y dejando siempre que fueran Martí y De Guzmán quienes llevaran la batuta. En jerga de ciclismo: un gregario de lujo.

La primera media hora fue completamente bermellona, con acercamientos peligrosos al área que acaban en chuts poco comprometedores para Palop. Aunque ya era más de los que proponía un Sevilla que, con Renato sólo en la media y con Cigarini completamente desubicado (fue sustituido en el descanso), nunca se acercó con intención al área de Aouate. Sólo lo hizo en los minutos que fueron del 30 al 35, y se acabó. Porqué ahí fue cuando entró en juego Pereira. En la enésima jugada en la que Webó, el mejor del partido, jugó de espaldas y generó juego de ataque para otro compañero, encontró a Pereira que, ni corto ni perezoso, se plantó ante Palop y enchufó el primero. El Mallorca lo merecía y conseguía el premio correspondiente. Se iba al descanso con ventaja.

En la segunda mitad Manzano introdujo dos sustituciones y metió a Luis Fabiano y a Konko. Empezaron los dos muy activos pero acabaron sucumbiendo al conocido como 'efecto gaseosa', que se caracteriza por ir de más a menos. Muchos balones al área, muchas incursiones por banda y muchos desdoblamientos en ataque. Pero los de Laudrup resistían. Y a cuatro del final, cuando menos parecía que se podía escapar la victoria y el Sevilla parecía ya resignado a la derrota, Luis Fabiano controló y cruzó para poner el empate. Mazazo. Pero ahí salió la casta del equipo, que nunca se rindió. En un golpe de suerte, una falta inocente surgida del subidón anímico que significaba el gol para los sevillistas, De Guzmán la puso y Webó, en un remate de cabeza marca de la casa, ponía el broche de oro a su partido y arrancaba un grito unánime de la afición bermellona. Un grito de esos que salen del alma. Que te dejan tranquilo después de hacerlo. Que cierran heridas y saldan cuentas. En definitiva, una inyección de auténtico mallorquinismo.

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