Vibrante, emocionante, divertido... Todos estos y muchos más elogios son los que podría recibir el duelo de ayer entre baleares y andaluces. Un partido jugado de tú a tú entre dos equipos con formas de jugar similares y que viven de estados de ánimo. El aficionado mallorquinista ya conoce de sobras cual es el juego que predica Gregorio Manzano (lo padeció durante años): sobre todo a domicilio, el jienense sale normalmente un tanto defensivo, incluso rácano, priorizando el resultado final por encima del lucimiento en el juego. Y parece que Michael Laudrup también sabía bien lo que iba a hacer porque le ganó claramente la partida táctica, como mínimo mientras a los suyos les duró la gasolina.
El inicio del Mallorca fue arrollador. Con un juego muy directo y guiados de forma magistral por De Guzmán y Tejera, una pareja que ya se ha ganado el cariño de la grada del Iberostar, los ataques de los mallorquinistas se transcurrían uno tras otro con más o menos llegada a puerta. Y entonces apareció Aki: titular en detrimento de Pereira, el japonés siguió muy acertadamente una jugada hasta línea de fondo que Castro centró al segundo palo, donde el jugador asiático esperaba para remachar con mucha clase. Capítulo aparte merece su partido de ayer: más allá del gol, el nipón fue un peligro constante para la defensa sevillista. Dribló, corrió, hizo sombreros, provocó faltas y probó disparos de media distancia que a punto estuvieron de significar su doblete. Buenas sensaciones.
A pesar del gol y a pesar del dominio local, el Sevilla seguía vivo y, aunque no se acercaba a Aouate, mantenían siempre un amenazante peligro. Un peligro latente que se convirtió en vértigo a la media hora: casi en la primera ocasión que Álvaro Negredo pisaba área mallorquina se encontró con Ramis y el vallecano, muy rápido poniendo el cuerpo en carrera entre él y el defensa, provocó un penalti de libro. Sin problemas, el mismo Negredo lo alojó mansamente en la red del Mallorca. Aquí fue cuando Manzano (que anoche fue recibió con pitos y pañuelos en la que fue su casa) claudicó. A pesar de marcar el gol reconoció que Laudrup le había sorprendido y cambió en el 37' a Romaric por Rodri. Corrección táctica para intentar arreglar el desaguisado, había que tapar la vía de agua rápidamente. La que había en la media. Pero el gol, más que atenazar enrabietó a los baleares. Volvieron a poner la mirilla sobre la portería de Javi Varas y, a fuerza de intentarlo intensamente y después de un slalom muy típico suyo, De Guzmán engatilló un misil tierra-aire que se coló por el marco sevillano a muy pocos centímetros del palo derecho y también del suelo. Golazo para ir tranquilos al descanso y con ventaja.
La interrupción fue nociva para el equipo de Laudrup. El equipo se colapsó físicamente. Sin ningún motivo más que el alto ritmo desempeñado durante la primera parte, el equipo se vino abajo y dio alas al Sevilla para que pusiera cerco al marco mallorquinista. Negredo aparecía por todos lados, pero no fue él el culpable del gol. Los responsables fueron a partes iguales Nunes, por agacharse tarde; Aouate, por reaccionar tarde; y Rakitic, por enganchar un chut raso y seco que travesó una nube de piernas antes de convertirse en el 2-2. Pintaba mal para el equipo mallorquín, porque el bajón continuó pronunciándose y mientras tanto, el Sevilla seguía acercándose. Aunque el daño no llegó a mayores. Y aún así, aún pudo decantarse la balanza para el Mallorca, en un mano a mano de De Guzmán que sacó Javi Varas, o para el Sevilla, en otro uno contra uno de Rodri que esta vez sí atajó el meta israelí del Mallorca. Minutos finales de infarto y sufrimiento que sirvieron de epílogo perfecto de lo que había sido el encuentro: un duelo de poder a poder que hizo que seguramente la afición mallorquinista disfrutara de uno de los partidos más interesantes de la temporada. Aunque acabara empatando. No siempre se puede tener todo.
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