6.6.11
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Hablar de Ezaki Badou es hablar del mejor portero árabe del siglo XX y de uno de los mayores iconos que ha alumbrado el mallorquinismo a lo largo de su casi centenaria existencia. Nacido en la ciudad marroquí de Sidi Kacem el 2 de abril de 1959, su fichaje fue uno de los más mediáticos de la historia del RCD Mallorca. En una maniobra fantástica, el entonces presidente del Club, Miquel Contestí, consiguió apalabrar las condiciones de su contrato antes de que diera comienzo el Mundial de México, en el verano de 1986, para el que Marruecos se había clasificado de forma brillante, en una genial y oportuna muestra de habilidad negociadora. Sin duda, pactar su fichaje antes del Mundial resultó clave para que Ezaki pudiera vestir de bermellón, puesto que sus grandes actuaciones en el mejor escaparate posible le hubieran puesto fuera de nuestra órbita. De hecho, en aquel Campeonato del Mundo, Ezaki fue el principal artífice, con sus paradas y su indiscutible liderazgo, de un hecho absolutamente insólito, como fue la clasificación para los octavos de final del combinado norteafricano, tras haber quedado líder de un grupo en el que estaban Inglaterra, Polonia y Portugal, tras haber recibido tan solo un gol. En la segunda fase, cayeron por la mínima (1-0) ante la futura subcampeona del torneo, la Alemania de Briegel, Mathäuss, Brehmme, Felix Magath, Klaus Allofs o Rummenigge, tras un partido en el que Ezaki volvió a destacar por sus grandes intervenciones. Todo hacía presagiar que le iban a salir novias muy atractivas que harían imposible su llegada a Mallorca. Sin embargo, la palabra de Ezaki fue más poderosa que la tentación en forma de otras ofertas superiores, tanto en lo deportivo como en lo económico. Y ese gesto le convirtió en ídolo desde el mismo momento que aterrizó en la isla, mucho antes de que todos supiéramos que se acabaría convirtiendo en capitán y estandarte del Mallorca de finales de los 80.

En su primera temporada defendiendo la portería mallorquinista, con Llorenç Serra Ferrer en el banquillo, Ezaki contribuyó de forma decisiva en un año inolvidable, que acabaría con el Mallorca en sexta posición, después de disputar un play off extrañamente gestado para decidir el equipo campeón (de hecho, fue la única temporada en toda la historia de la Liga en la que se decidió este curioso sistema de competición). Pero para los mallorquinistas esa temporada fue histórica y estuvo marcada por la gran empatía que logró el equipo con su afición, especialmente acusada en los partidos disputados en el Lluís Sitjar. Recuerdo especialmente el partido frente al Real Madrid de los Juanito, Butragueño, Míchel y Hugo Sánchez, en una tarde de perros, con lluvia incesante y con el campo absolutamente embarrado e impracticable, que se acabaría decantando a nuestro favor merced a un gol de Enrique “Tronquito” Magdaleno, tras una cabalgada memorable de Trobbiani por banda derecha. Es sólo una pequeña muestra de lo brillante que fue aquella campaña. Mucha menos suerte tuvimos al año siguiente. Con los mismos futbolistas, más las incorporaciones del central Benigno Lema (procedente del Celta de Vigo) y del habilidoso extremo Álvaro Cervera (del Racing de Santander), el equipo no dio la talla en ningún momento y, pese a los cambios de entrenador y a la llegada del prestigioso Lucien Müller, acabaría descendiendo a Segunda tras una durísima promoción frente al Real Oviedo, salpicada por una enorme polémica arbitral, especialmente en el partido de ida, disputado en el vetusto Carlos Tartiere.

Cuando todo hacía presagiar que el descenso de categoría iba a provocar la salida de Ezaki del Mallorca, el marroquí volvió a dar muestras de su compromiso con el Club y con la isla, con su decisión de permanecer en el equipo para liderar el intento de recuperar la máxima categoría. Algo que iba a conseguirse en el primer intento. Tras una primera vuelta llena de sombras, el técnico Ivan Brzic fue destituido tras una derrota en casa frente al Castellón el día de Año Nuevo de 1989. Entonces cogió las riendas del equipo, en su calidad de apagafuegos, Llorenç Serra Ferrer, que consiguió insuflar de confianza al vestuario. De esta forma, el Mallorca completó una segunda vuelta fantástica y rubricó su ascenso en otra promoción agónica, esta vez frente al Espanyol, con el partido de vuelta disputado en el Lluís Sitjar en medio de un ambiente increíble. Los goles de dos mallorquines, Miguel Ángel Nadal y Gabriel Vidal, voltearon el resultado adverso del partido de ida. Fue una noche inolvidable para los que tuvimos la suerte de presenciarla en vivo, un recuerdo imborrable, unas sensaciones inigualables. Hubo invasión de campo, Serra Ferrer fue manteado de forma espontánea por los propios aficionados y yo recuerdo especialmente una imagen de Ezaki llorando de emoción. Sin duda, tener la portería cubierta por alguien de su prestigio fue clave para que el Mallorca regresara a la élite del fútbol español.

La temporada 1989/90, de nuevo con Serra Ferrer comandando el equipo, fue una de las más plácidas y regulares, desde el prisma bermellón, que se vivieron hasta ese momento en la máxima categoría de nuestro fútbol. El Mallorca tuvo un comienzo de Liga espectacular, lo que se puso de manifiesto en las jornadas cuarta y quinta. Visitaban el Lluís Sitjar, de forma consecutiva, el Real Madrid de la Quinta del Buitre y el remozado FC Barcelona de Johan Cruyff. Pues bien, ninguno fue capaz de ganar ni tampoco de marcar un gol a Ezaki Badou, que siempre se crecía ante los rivales más poderosos. De hecho, aquella Liga el Mallorca consiguió algo absolutamente meritorio: no perder en ninguno de los cuatro partidos disputados frente a los dos grandes de nuestro fútbol. Era algo histórico, aunque se volvería a repetir, de forma aún más brillante (tres victorias de cuatro partidos), en la temporada 2000/01, con Luis Aragonés en el banquillo. Pero no nos desviemos. Detengámonos en el 11 de febrero de 1990, en el partido de la vigésimocuarta jornada, fecha en la que el Mallorca visitaba el Camp Nou, pletórico de moral tras arrancar un empate en el Santiago Bernabéu (1-1). El partido no pudo empezar peor para nuestros intereses, ya que en la primera jugada se adelantó el equipo culé, gracias a un gol del mediocampista valenciano Guillermo Amor. Sin embargo, lejos de venirse abajo, el Mallorca aguantó las embestidas locales y opuso resistencia en un escenario habitualmente poco propicio para las alegrías. A pesar del digno partido que se estaba realizando, mediada la segunda parte, se produjo la jugada clave del partido. El árbitro del encuentro, Jiménez Muñoz de Morales, señaló una pena máxima a favor del Barcelona, por derribo de Zoran Vulic a “Txiki” Begiristáin. En ese momento, todos pensaron que el partido quedaba sentenciado, ya que el lanzador era un tal Ronald Koeman, un finísimo central holandés que había llegado a la Ciudad Condal ese mismo año procedente del PSV Eindhoven, con el que se había proclamado campeón de Europa la temporada anterior. Koeman era un consumado especialista y había anotado todos los penalties que había lanzado hasta ese momento. Pero ese día el destino le puso frente a Ezaki Badou (ver enlace de video), que se convirtió en el primer portero de nuestra Liga en detenerle un lanzamiento de penalti a “Tintín”, como se bautizó al holandés por sus marcados rasgos rubios. Esa parada resultó fundamental no sólo para engordar el palmarés del portero marroquí, sino para el devenir de ese partido. A diez minutos del final, el central Ricardo Serna derribó de forma clamorosa a nuestro delantero Claudio Barragán, que resultó lesionado en esa jugada. Esa pena máxima sí sería transformada por García Cortés, lo que significaba la confirmación de la campanada mallorquinista.
http://www.youtube.com/watch?v=vwRYhVHsxRo&feature=related

La temporada siguiente (1990/91) iba a suponer el punto más álgido de la historia del Mallorca. Tras un campeonato de Liga más bien irregular (el equipo salvó la categoría tras empatar en Atocha en la última jornada), llegaría la histórica clasificación para la final de la Copa SM Rey, después de eliminar a la Gimnástica de Torrelavega, Sabadell, Oviedo, Elche, Valencia y Sporting de Gijón. No me voy a detener en la final, entre otras cosas por la rabia e impotencia que me invaden sólo con el hecho de recordar la tremenda injusticia que se cometió al permitir jugar la final en Madrid (el rival era el Atlético). Todos ya sabemos lo que pasó aquel día: arbitraje sibilino de Ramos Marcos, sorprendente alineación de Serra Ferrer (dejando en el banquillo a Claudio y Álvaro Cervera), partido muy trabado e igualado, gol en la prórroga de Alfredo Santaelena y tremenda frustración en la grada rojilla. Pero lo que más rabia nos dio a los mallorquinistas es no haber podido llegar a la tanda de penalties. Con Ezaki Badou, pocos dudamos que hubiéramos alzado el trofeo. Pero bueno, eso nunca podremos comprobarlo.
Tras el gran éxito logrado la campaña anterior, el Mallorca 1991/92 sufrió una metamorfosis, tras las bajas de Nadal, Del Campo, Marcos, y Claudio, entre otros. Pero ahí no acababa la desbandada. Tras el partido de la quinta jornada, en que el Mallorca venció a domicilio al CD Tenerife, se protagonizó un hecho que iba a marcar de forma irremisible el devenir del Mallorca. Ezaki había solicitado a Serra Ferrer un permiso para viajar unos días a Marruecos, después del citado partido, alegando motivos personales. Serra le negó dicho permiso, justificado por el hecho de que había un partido de Copa del Rey entre semana. El portero marroquí no entendió la negativa y se tomó la justicia por su mano. Decidió saltarse la autoridad de su entrenador y viajó por su cuenta a su país. Eso desencadenó una enorme crisis en el vestuario, que acabaría provocando la rescisión del contrato de Ezaki, ante la tristeza e incredulidad de la afición. Como las desgracias nunca vienen solas, pocas semanas más tarde era Pascual Luna “Parra” (otra pieza clave del equipo) el que se marchaba al Hércules, debido a una grave enfermedad de un familiar. A todo ello hay que añadir la desintegración de la directiva, plasmada con la dimisión de Miquel Contestí. Fueron demasiadas piedras en el camino. El equipo acabaría descendiendo a Segunda. Pero lo más triste no fue eso, sino la triste sensación de no haber sabido despedir como sin duda merecía a un auténtico símbolo, como fue Ezaki Badou. Afortunadamente, su salida por la puerta de atrás se vio paliada años más tarde, en algunas de sus visitas a la isla. En esos momentos el mallorquinismo le pudo agradecer lo mucho que nos dio y, por su parte, Ezaki también pidió disculpas por la virulencia de su salida del club. En definitiva, el tiempo acaba dejando las cosas en su sitio y, a pesar de su oscura marcha, Ezaki Badou está, sin lugar a dudas, en el corazón de todos los mallorquinistas. Junto con Carlos Roa, el mejor portero de la historia del Club. Ahí queda eso.

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